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6 de noviembre de 2013

El manto púrpura



Cornelio era un niño cuando se encontró por las calles de Constantinopla con la comitiva del emperador Teodosio II, de ese encuentro fortuito, quedó grabada en su mente, la imagen maravillosa del emperador vistiendo su bellísima túnica púrpura. Ahora, Cornelio comercia con los fenicios y puede tener entre sus manos los preciosos frascos que contienen el tinte obtenido de un molusco que llaman murex. Este tinte es usado exclusivamente para teñir de púrpura las ropas del césar, por lo que está prohibido para el vulgo usar el color imperial so pena de muerte para quien ose vestir prendas con este tono. Y aunque a otros les pudiera parecer tonto, en lo más profundo de su ser, Cornelio desea ser el emperador solamente para vestir esa bella túnica púrpura.
Hasta que un día, Cornelio recibió como regalo de sus amigos fenicios un valioso frasco de tinte. No podía creer su suerte, ahora podría tener un manto púrpura como el emperador. Sólo el miedo a la muerte lo hacía titubear. Lo pensó unos días, hasta que su deseo fue más fuerte y se decidió a teñir una prenda, pero sólo la usaría en su cabaña enclavada en medio del bosque, donde nadie podría aparecer de improviso y denunciarlo.
Era un bello día de otoño el que eligió Cornelio para estrenar su manto imperial. Envalentonado con la soledad del bosque decidió visitar una cascada cercana, en búsqueda de una belleza y tranquilidad que armonizaran con su vestimenta. Había pasado una hora reflexionando sobre su falta de humildad al desear vestir cómo el césar, cuando vio a un hombre montado a caballo al otro lado del río, que no era otro, que el mismísimo emperador Teodosio II. Los ojos del monarca centelleaban de ira al ver a aquel indigno hombre vestido con el púrpura imperial. Estoy muerto, pensó Cornelio cuando vio que él azuzaba su montura para cruzar el lecho poco profundo del río. Pero el corcel resbaló y dio un paso en falso con las patas delanteras, cayendo sobre éstas y expulsando al soberano de su silla de montar, y éste, al caer de cabeza sobre las piedras del río, se rompió el cuello, muriendo en el acto. Cornelio escuchó acercarse a la escolta del césar y escapó presurosamente a esconder su manto púrpura.
Muchos siglos después alguien encontró intacto dentro de una vasija de barro, el manto púrpura del emperador.


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