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29 de enero de 2014

Prodigioso


Heráclito es un hombre prodigioso, ustedes se preguntaran ¿Qué lo hace ser un hombre prodigioso? Bueno, principalmente es su actitud frente al mundo, esa forma que tiene de disfrutar haciendo y diciendo cosas portentosas. Se levanta todas las mañanas con una idea maravillosa para escribir un cuento y, lo termina de una sola vez. Al almuerzo, cocina un estupendo piscolabis que sería la envidia de cualquier restaurante famoso. Por la tarde, planea algún viaje fantástico, como por ejemplo: al Amazonas o a lo más recóndito de la Patagonia Chilena y deja las maletas listas para el periplo, luego se prepara una once ligera. Inmediatamente después de ésta vianda, realiza una breve secuencia de antiguos ejercicios marciales que nadie más en el mundo conoce. Entonces, viene lo mejor del día: la cena. Prepara una comida fascinante, que consiste en cinco platos y tres vinos distintos. Se sienta a su mesa de soberbia madera y lee filosofía mientras espera a unos invitados que nunca llegaran.


22 de enero de 2014

Café



Él necesita salir a recorrer la ciudad cada cierto tiempo y hacer una serie de actos de liberación espiritual. Como sentarse a escribir poesía en cualquier lugar; ganarse la confianza de un perro callejero y acariciar su cabeza; escuchar un poco de rock callejero, interpretado por un decadente grupo de ancianos talentosos; pararse en cualquier esquina con el semáforo en verde y dejar que la gente pase por su lado como si fuera una roca en medio del río; pero lo que más disfruta hacer, es acercarse furtivamente a las mesas de los cafés, cuando sus ocupantes recién las han abandonado y leer las historias que las personas dejan en la borra de su café.


15 de enero de 2014

El primer helado



Cuando él me dejó, sentí lo mismo que el día en que sufrí mi primera gran pérdida. Recuerdo vívidamente el momento, yo era muy pequeña y tenia en mis manos, el primer helado de chocolate que probaba en toda mi vida. Era un éxtasis maravilloso, sentir el sabor del chocolate en mi boca mientras se derretía el helado. Era como si se descubriera el motivo verdadero de mi breve existencia: estar ahí y sentir ese sabor. Relamí mis labios de placer, cerré los ojos y tropecé, dejando escapar el delicioso tesoro de mis manos, cayendo frente a mí y desparramándose sobre el pavimento. Sentí una profunda congoja que inundó mi cuerpo, y lloré, como nunca había llorado antes, sin consuelo alguno. Y aunque mi papá me trajo otro helado, no eran lo mismo, no eran como el primero.



7 de enero de 2014

El fuego de San Antonio


Necesitaba iniciar al alba la peregrinación a Santiago de Compostela para llegar lo más pronto posible. Es un viaje que he realizado muchas veces robando a los peregrinos, pero que ahora hago con la misma desesperada fe que ellos, para pedir el perdón para mi alma y una cura para mi cuerpo. Durante mucho tiempo me sentí protegido por el demonio, pero ésta maligna custodia terminó el día en que comencé a sentir el castigo de Dios. Primero fue una quemazón lacerante al tomar el cuchillo que, usaba tanto para amedrentar a mis víctimas como para partir el pan de centeno. Luego, un dolor punzante emprendió el ataque de mi mano izquierda, era como si cercenaran y quemaran mi piel y mis huesos desde adentro. Pero cuando la piel de mi mano comenzó a tornarse de un color negro, supe que era el mismo castigo divino que padecían los viajeros tullidos y locos que yo asaltaba, era el fuego de San Antonio, que me atacaba implacablemente. No dudé ni un segundo en emprender el peregrinaje y suplicar perdón a Dios por todo lo malo que hecho en mi vida.

Por el camino se van sumando cada vez más personas. Escondo el rostro bajo mi sombrero y rezo para que ninguna de mis víctimas me reconozca. Al igual que yo, casi todos van mutilados, y esconden sus ennegrecidos miembros bajo sus ropas. Luego de medio día caminando, me siento muy cansado y el dolor de mi mano no aminora, me detengo en una posada y me echan a patadas del lugar, no queremos un pecador enfermo me gritan. Creo que tendré que dormir a la intemperie esta noche y no tengo alimento, por qué tampoco venden comida a los condenados.

Ya esta oscureciendo cuando descubro que no hay nadie más en el camino, a lo lejos escuchó unos gritos de dolor, entonces, veo en la curva de la senda a un hombre esperando, me parece distinguir sobre el pecho la cruz azul de los agustinianos, aunque la noche se cierra como boca de lobo y me impide ver su rostro cubierto a medias por una capucha. Tengo miedo. Luego me siento aliviado al pensar que el sacerdote me ayudará, algo de esperanza me entra al cuerpo y apuro el tranco. Pero el dolor se torna más fuerte y cuando estoy a unos metros, veo que al clérigo le crecen dos enormes cuernos y un fuego azul brota de su boca, los árboles cambian de color al rojo y una luna anaranjada me ilumina, pero no puedo dejar de caminar hacia el monje-demonio, aunque ahora escucho a otros tullidos que gritan desesperadamente que me detenga, con voces que me parecen de un color púrpura. No aguanto más y me desmayo un instante, el demonio me despierta y me toma entre sus brazos, me da de comer pan, el pan más exquisito que he probado en mi existencia, y su rostro cambia, ahora es un hombre de rasgos apacibles que me dice que Dios me perdona y que pronto estaré mejor.