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27 de septiembre de 2013

Nachtwacht: El caballo blanco de Napoleón


Nachtwacht nació una noche de luna llena. Su madre, una yegua de pura sangre, murió luego de dar a luz. Todos dijeron que su pelaje se tornó blanco por el influjo de Artemisa, la diosa de la luna. Fue criado para ser el corcel del emperador Napoleón, y ése era su más ferviente deseo. Su fuerza, valentía y orgullo eran las necesarias, pero la luz del sol era su enemiga. El fulgor de Helios, el dios del sol, le producía ronchas en el lomo, dejándolo incapacitado para llevar la silla de montar, y hacía que sus ojos no pudieran resistir los destellos de las batallas que se iniciaban al amanecer. Por eso era un caballo de costumbres nocturnas, con vista gatuna y ansias de sangre vampirescas. Pero el dueño del criadero no se había percatado de los talentos otorgados por Artemisa, y sus compañeros de establo callaban sus relinchos noctámbulos con coces y mordidas traicioneras.

Así fue, hasta que un día unos ladrones entraron a las caballerizas, llevándose todos los corceles. Sólo Nachtwacht pudo escapar, gracias a su capacidad de ver en la oscuridad. De esta manera su dueño descubrió las habilidades especiales que poseía el animal.
Tras una larga temporada viviendo en soledad, Nachtwacht oyó que Napoleón llegaría la ciudad. Era la oportunidad de cumplir su sueño, salvo por un inconveniente: el emperador haría su recorrido solo en las horas en que el sol está más alto, justo aquellas en que el blanco corcel se ocultaba de la luz. Pero la providencia y la avaricia de su señor le presentaron una maravillosa oportunidad: mandó a fabricar éste último una bella túnica que cubría su cuerpo y una visera que hacía sombra sobre sus ojos. Al usarla, Nachtwacht parecía una gallarda estatua griega que impresionó al emperador. El relato de cómo el corcel había escapado del robo en la caballeriza con sus increíbles habilidades terminó por conquistar a Napoleón, quien decidió que el animal no podría tener otro dueño que él. Nachtwacht relinchó de alegría: ¡Por fin era el caballo del emperador!
Pasaban las semanas y Nachtwacht no entraba en batalla, ni de día ni de noche. Se sentía frustrado, pero su esperanza se mantenía intacta. Hasta que, una noche de luna llena, el emperador lo ensilló, le quitó su túnica y lo llevó a través del campo lleno de guerrilleros que, sorprendidos por la velocidad de la cabalgadura, no atinaban a disparar. Fueron tres horas de galope veloz que dejaron a la escolta atrás. Al llegar a su destino, la ciudad parecía dormir. Las ventanas de los edificios de la villa aparecían oscuras, pero el plenilunio iluminaba el camino haciendo brillar las húmedas calles de piedra. El sonido de las herraduras de Nachtwacht era lo único que alteraba la sosegada noche. Algo percibió el corcel a lo lejos, como un susurro metálico. Cuando vieron al hombre ya era demasiado tarde. Nachtwacht se encabritó, lanzó por los aires al emperador y puso su pecho justo en el camino de la bala asesina. Segundos después llegó la escolta armada, pero el atacante ya se había escabullido. Nachtwacht había dado la vida por su emperador, quien yacía indemne, pero mojado hasta el tuétano, sumergido en la fuente de agua que había amortiguado su caída. 

17 de septiembre de 2013

Amor patrio (1812)



"El Gobierno que va a solemnizar el aniversario de su instalación y la feliz reunión de las provincias, el 30 del corriente, espera a Ud. para que lo acompañe por la mañana al Te Deum en la Catedral y a la noche en la Casa de Moneda, donde debe el digno vecindario chileno sensibilizar sus transportes por la libertad de la Patria"

Así rezaba la invitación a celebrar del segundo año de la instauración de la primera junta de gobierno en Chile que Consuelo escuchó leer a su patrón mientras servía el almuerzo. Apenas pudo disimular su emoción. Era la oportunidad de volver a ver a José Miguel, después de haber sufrido tanto cuando lo mandaron a España, ahora podría por fín reencontrarse con él. Además, era el momento de contarle todo lo sucedido en su ausencia. Se puso manos a la obra y se consiguió un vestido con la hija de su patrona, recién llegada de Europa, se robó una invitación y llegó al festejo. Tan bella, angelical y dulce lucía, que nadie la reconoció. La noche avanzaba y aunque José Miguel la miraba de reojo, ella lo castigaba con la indiferencia. No era tonta, sabía que él no la reconoció y se sentía herida. Eran pocas las damas invitadas, así que pronto llegó la oportunidad de bailar con él. Pero, para mala fortuna de Consuelo, bailarían una nueva melodía que José Miguel había aprendido en España con José de San Martín: el "Cuándo". Aunque una pareja bailó primero a modo de ejemplo, ello no hizo más que confundirla. La música comenzó a sonar, pero mientras ella trataba de imitar con torpeza los movimientos de José Miguel, levantó su pierna izquierda y su zapato salió volando, y aterrizó en medio del escote de una furiosa señora. Consuelo cayó de espalda estrepitosamente, quedando su vestido como un paragua al revés. Sólo entonces José Miguel reconoció sus inconfundibles piernas. Pero antes que pudiera hablar con ella, Consuelo huyó avergonzada. Él salió en su persecución, pero era demasiado tarde, ya se había perdido en las oscuras callejuelas colindantes al Palacio de la Moneda y no pudo decirle que lo sabía todo, y que le deseaba lo mejor en su matrimonio.

11 de septiembre de 2013

Fermosa



Nunca la he visto tan enojada como aquella tarde que fuimos a tomar unas cervezas a la calle Matucana. En un momento fue al baño, y al volver, la furia desfiguraba su bello rostro. Se sentó con los puños apretados de rabia y me contó atropelladamente cómo fue insultada por un viejo de mierda, delgaducho, disfrazado de caballero andante con una armadura de lata. En su mismísima cara, la había tratado de "fermosa", repitiendo:  «...oh, fermosa dulcinea...oh fermosa dulcinea...».  ¿Y qué mierda era eso de "fermosa"?, reclamaba ella. Mientras la escuchaba atentamente, vi aparecer al atribulado viejecillo, que con una mano se sobaba la mejilla, mientras un hombre gordo lo ayudaba a salir del local. Afuera los esperaba un caballo famélico acompañado de un aburrido asno.

Nota: en castellano de los tiempos de Cervantes, "fermosa" significaba hermosa.

6 de septiembre de 2013

La rubia de Kennedy


Todo sucedió cuando volvía a casa después de depositar sobre el sillón de su departamento al último de mis borrachos amigos, durante mi última noche como conductor elegido. Me detuve en el semáforo de la esquina de avenida Kennedy con Alderete, cuando escuché el ronroneo embriagante de un auto a mi izquierda. Al mirar por la ventanilla, me encontré con una rubia despampanante, montada sobre un Lamborghini Murciélago Descapotable, color amarillo, mirándome a través de unos antojos oscuros con forma de estrella, exactamente del mismo color del auto. Un espectáculo que no podría ser más fastuoso. Se sacó los anteojos, me hizo un guiño y apretó desafiante el acelerador. Mi escarabajo rojo, customizado (o enchulado) con un alerón aerodinámico, motor nitro de 5300 cc y 350 hp, estaba ansioso de una carrera clandestina, desde hace mucho tiempo. La adrenalina recorrió mi cuerpo. Olvidé todo razonamiento y puse a gruñir mi bólido. Esperamos expectantes la luz verde. La volví a mirar, escrutando su rebosante escote y sus ojos verdes que fosforecían con lujuria. Largamos, y los neumáticos chirriaron con fuerza. Los segundos siguientes fueron un caos: ella me adelantó a una velocidad endemoniada, y en vez de meterse en la carretera, continuó derecho. Yo la seguí un par de segundos más y frené en seco. La calle terminaba en una abrupta curva, pero nunca la vi girar. Simplemente desapareció. Me quedé atónito. Ella golpeo mi ventanilla. Yo lancé un grito de terror, puse marcha atrás y me metí en la carretera a toda velocidad.