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27 de noviembre de 2013

El viejo baúl del odio


Nos cambiamos de casa la próxima semana, y estaba haciendo los preparativos para la mudanza, cuando encontré bajo un montón de cajas del último cambio, un viejo baúl, del que había olvidado completamente su existencia. Entre muchas otras cosas pertenecientes a mi abuelo, en su interior hallé un antiguo disco duro. Al principio no supe que era, luego, al observar detenidamente el puerto de conexión, comprendí que estaba frente a un arcaico dispositivo de almacenamiento, del tiempo en que aún no se usaba el almacenamiento fractal de información. Me conseguí con un amigo un adaptador y lo conecté a mi tablet. El disco tenía muchas carpetas, con un cúmulo de fotos, planillas de cálculo, softwares obsoletos y documentos varios, pero una carpeta llamo mi atención, llevaba por nombre "Publicar después de mi muerte". Al abrir la carpeta encontré un archivo de texto que se titulaba "A la esperanza". El texto, era un libro de poemas escrito por mi abuelo. Lo que me fascinó y sorprendió, por una parte, porqué yo no pude conocerlo debido a que él murió al poco tiempo de que yo naciera y, por otro lado, la imagen que tengo de él, dada por la animadversión de los relatos de mi padre, es la de una persona seca, fría, antipática, pragmática e inflexible. Más pasmado quedé al leer la bella dedicatoria a mi abuela y a mi padre y, aún más asombroso, fue leer el primer poema, que estaba dedicado a mí.

A Sebastián

Una estrella nació con tu primer llanto
Y la promesa de tus risas
Va sanando mis heridas
Que me perdonen el agravio
De quererte tanto
Cuando pareció que nunca los amé
Es que ahora pude unir los hilos 
Y gritar en silencio que tuve miedo
A lavar de mi rostro
Las lágrima de felicidad.

Te observo Sebastián
A través de una cúpula
A través de mis ojos marinos 
Y puedo advertir en tu carita arrugada
Que ya te pareces a mí
Pero no desesperes
Porque tú eres distinto:
Eres la cura
Eres la estrella diurna
Eres lo que nunca, yo fui.

Lloré de alegría. Era como si un secreto que siempre hubiese sabido, se me revelara. Mi abuelo nunca lo sabrá, pero con estos poemas, por fin se cerrará un círculo.



20 de noviembre de 2013

La oscura historia del monstruo Comelibros


Debo confesar que la broma que me gastó aquel monstruo Comelibros de nombre Adelino me exasperó profundamente. En primer lugar, porque yo estaba sumido en la lectura del clímax de mi novela negra cuando me la quitó para devorarla; y en segundo lugar, porque no era necesario que me dijera quien era el asesino. Esto último, fue una vileza de su parte. 
Con la rabia todavía fresca, comencé a maquinar una forma de vengarme. Primero pensé en enviarle a Adelino un libro relleno de ají picante o de algo peor. Pero lo descarté, porque en realidad no es mi estilo y, porque mi intención es que estos malditos monstruos, dejen de una vez por todas, de devorar los libros de las personas cuando se les dé la gana. Pensé que si pudiera demostrar que estos engendros devora letras tienen un lado oscuro, podría poner en duda su derecho  a consumir indiscriminadamente libros.
Y así fue, como movido por la venganza, descubrí el lado oscuro de los monstruos Comelibros. Y supe que estos endriagos, además de libros: ¡Comen gente! Aunque parezca increíble. Y lo más asqueroso de todo, es que después de comerse a las personas, ellos van al baño y defecan un libro bellamente editado que contiene la biografía póstuma de la víctima. Y es con esta macabra actividad como estos monstruos se hacen ricos. Zampándose a ancianos aburridos de la vida, muchos millonarios, otros usando los últimos ahorros que les quedan o vendiendo sus casas. Les pagan para dejar su biografía como única huella de su paso por el mundo. Aunque el crimen pudiera parecer impune, existe una forma de comprobarlo. Sucede que los huesos humanos no son totalmente digeribles por los monstruos Comelibros, por lo que siempre se expulsan algunos de éstos en conjunto con la biografía defecada. Esto les provoca a estas bestias un indescriptible dolor, lo que es un precio bastante bajo a pagar, comparado con el dinero que reciben.
Es así, como ayer salí en búsqueda del cementerio ilegal de víctimas del señor Adelino. Aprovechando que tenía su dirección escrita en el paquete recibido con la copia defecada de mi libro. Cuando vi la enorme casa donde vivía, estuve a punto de saltar de alegría, sin duda, tenía mucho dinero. Luego al saltar la pequeña verja y espiar al Comelibros por la ventana y, verlo zampándose unas preciosas y carísimas enciclopedias, no me quedó duda. Luego seguí recorriendo los bellos jardines y, escondido estratégicamente tras unos arbustos frondosos, encontré la fosa común que contenía los huesos de cientos, quizás miles, de personas que quisieron morir en las fauces de este esperpento, muchos de ellos engañados por una falsa promesa de eternidad.
Tengo la historia, los huesos y las fotos. Ahora, sólo me queda dar a conocer estas pruebas al mundo. Sin embargo, fue demasiado fácil recopilar estas pruebas ¿Cómo nadie nunca lo había hecho? Quizás deba encarar al señor Adelino primero. Estaba absorto en estas cavilaciones, cuando, el timbre de la casa me hizo saltar del susto con su repentina llamada. Y al salir, me encontré con el mismísimo Adelino Comelibros. En sus manos llevaba un libro bellamente editado, en cuya tapa estaba escrito en letras doradas el título:"Mi Biografía", y más abajo, en letras pequeñas, estaba escrito mi nombre. Él me guiñó el ojo sin monóculo y entró a la casa, sin pedir permiso.




13 de noviembre de 2013

El monstruo Comelibros


Yo disfruto mucho leyendo en la micro*, creo que es la mejor manera de transformar un viaje tedioso en algo entretenido. Pero hoy, para mi mala suerte, me encontré con un voraz monstruo Comelibros y como su nombre lo dice, se alimenta de libros. Y cuando huelen que llevas uno, estás obligado a dárselo inmediatamente, porque dicen las malas lenguas que si te niegas, podría devorarte a ti primero. Pero son sólo habladurías, porque en realidad los monstruos Comelibros son buenos y cada vez que uno de ellos se engulle un texto, éste es transformado en su estomago en varias pequeñas copias del original que luego defecan. Por lo que su voracidad a es un aporte a la cultura y las letras del mundo.

Se sentó a tres puestos frente a mí, y no lo vi subir aunque su enorme monstruosidad ocupaba dos asientos. Yo estaba inmerso en la lectura del final de una novela policial, que detuve alarmado, al percatarme de su presencia. Sólo atiné a meter rápidamente mi libro en la mochila y mirarlo disimuladamente. Podía observar la espalda de su enorme cuerpo, cubierto de un fino pelo color chocolate y su mollera peinada en medio como si fuera un libro abierto. Los monstruos Comelibros no tienen un cuello que divida su cabeza del resto de su tronco y lo que podríamos llamar su cara, la conforman unos ojos pequeños y una boca enormemente ancha cubierta de pequeños dientes. Sus brazos delgados no evidencian la habilidad de sus movimientos y sus piernas largas parecen incapaces de soportar ese voluminoso cuerpo. Como vestimenta, los Comelibros llevan un monóculo muy característico y su única prenda de vestir, son unos pantalones a rayas finas que tienen por su frente, un prendedor metálico con la inicial de su nombre y a modo de adorno dos botones enormes a cada lado. Después de unos minutos, y al ver que no se movía, albergué la esperanza de que él también iba distraído y no había visto ni olido mi libro.
De pronto, los ojos del Comelibros aparecieron en su espalda y me miraron fijamente a través de su monóculo. El miedo me paralizó y no atiné a decir ni hacer nada. Él se levantó, dio un par de pasos y alargó su mano lentamente. Yo saqué el libro de mi bolso y se lo entregué resignado. Él emitió un gruñido que se podría traducir en algo así como: "Dame tu dirección por favor para enviarte una copia de mi caca". Yo le alargué mi tarjeta de visita y él me guiño el ojo sin monóculo. Luego, en un movimiento hábil de su mano, se metió el libro dentro de su enorme boca y con sus miles de pequeños dientes lo trituró, sin dejar escapar ni una brizna de papel. Entonces dio media vuelta, emitió un gruñido de satisfacción y se devolvió a su asiento con algo parecido a una sonrisa en su rostro.
Tres días después recibí en mi casa una copia de mi libro con un mensaje que decía: "El asesino es míster Williams, ¡ja, ja, ja, ja! :P  Atte. A.".


*Abreviación de microbús, forma muy utilizada en Chile para designar a la locomoción colectiva (N. del A.)

6 de noviembre de 2013

El manto púrpura



Cornelio era un niño cuando se encontró por las calles de Constantinopla con la comitiva del emperador Teodosio II, de ese encuentro fortuito, quedó grabada en su mente, la imagen maravillosa del emperador vistiendo su bellísima túnica púrpura. Ahora, Cornelio comercia con los fenicios y puede tener entre sus manos los preciosos frascos que contienen el tinte obtenido de un molusco que llaman murex. Este tinte es usado exclusivamente para teñir de púrpura las ropas del césar, por lo que está prohibido para el vulgo usar el color imperial so pena de muerte para quien ose vestir prendas con este tono. Y aunque a otros les pudiera parecer tonto, en lo más profundo de su ser, Cornelio desea ser el emperador solamente para vestir esa bella túnica púrpura.
Hasta que un día, Cornelio recibió como regalo de sus amigos fenicios un valioso frasco de tinte. No podía creer su suerte, ahora podría tener un manto púrpura como el emperador. Sólo el miedo a la muerte lo hacía titubear. Lo pensó unos días, hasta que su deseo fue más fuerte y se decidió a teñir una prenda, pero sólo la usaría en su cabaña enclavada en medio del bosque, donde nadie podría aparecer de improviso y denunciarlo.
Era un bello día de otoño el que eligió Cornelio para estrenar su manto imperial. Envalentonado con la soledad del bosque decidió visitar una cascada cercana, en búsqueda de una belleza y tranquilidad que armonizaran con su vestimenta. Había pasado una hora reflexionando sobre su falta de humildad al desear vestir cómo el césar, cuando vio a un hombre montado a caballo al otro lado del río, que no era otro, que el mismísimo emperador Teodosio II. Los ojos del monarca centelleaban de ira al ver a aquel indigno hombre vestido con el púrpura imperial. Estoy muerto, pensó Cornelio cuando vio que él azuzaba su montura para cruzar el lecho poco profundo del río. Pero el corcel resbaló y dio un paso en falso con las patas delanteras, cayendo sobre éstas y expulsando al soberano de su silla de montar, y éste, al caer de cabeza sobre las piedras del río, se rompió el cuello, muriendo en el acto. Cornelio escuchó acercarse a la escolta del césar y escapó presurosamente a esconder su manto púrpura.
Muchos siglos después alguien encontró intacto dentro de una vasija de barro, el manto púrpura del emperador.