Todos matan lo que aman: el cobarde, con un beso; el valiente, con una espada.
(Oscar Wilde)
Puse toda mi confianza en mi espada y lancé el primer golpe, pero él la detuvo en al aire con sus manos desnudas. Nos miramos a través del filo, sin hacer esfuerzo alguno, reconociendo la situación, esperando. Incliné rápidamente la hoja para poder atacarlo, pero él la giró aún más, logrando que un rayo de sol me cegara por una fracción de segundo, lo que él aprovechó para asestar una patada en la empuñadura de mi espada, lanzándola lejos. Ahora, sin mi espada, no sabía que hacer. Él me miró tranquilamente y se alejó un par de metros, midiendo cada uno de mis movimientos. Respiré profundamente, apreté los puños, cerré mi libro y fui al baño.
3 comentarios:
¡Me encantó! Ilustras muy bien el ensimismamiento del lector cuando es atrapado por un buen relato. Luego, lo prosaico. Muy bueno.
La imaginación nos lleva a Fronteras desconocidas, tanto, que podemos vivirla en carne propia. Muy bueno. Espero que no llegue el monstruo come libros.
Muchas gracias por sus comentarios. Yo disfruté mucho escribiendo este cuento.
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