Subí de sopetón al metro, embutido por la masa humana, cuando te vi a unos centímetros de mi rostro, te pedí disculpas y me guiñaste un ojo dulcemente, entonces, te pregunté tu nombre, un poco incomoda me dijiste que Andrea, y miraste un poco hacia atrás, como señalándome a un señor que extrañamente se parecía a ti, pero antes de bajar me entregaste una tarjeta con tu nombre y tu teléfono. Así fue como conocí a su madre, hijos míos, así que no se quejen tanto por el transantiago, quizás les traiga el amor.
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2 comentarios:
ja!!! está bueno!!!
Un abrazote
Y así debería ser siempre el amor, libre de indecisiones, atrevido, valiente...capaz de olvidarse sistemáticamente la parada...
Me gustó tu relato
Un abrazo
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