Le gusta al frió monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias.
Nietzsche
Está tan oscuro que lo vi sólo cuando abrió sus luminosos ojos rojos. Ahora lo miro de frente, las piernas me tiemblan y me paralizo. Esos ojos rojos saben todo lo que he hecho y lo que estoy dispuesto a hacer, el monstruo ya me ha juzgado y sentenciado. Entonces, cierro mis ojos, y sorpresivamente puedo ver a través de los suyos, aterrado lanzo un grito ahogado mientras miro sus patas y mis manos alternadamente. Desde su rojiza mirada puedo observar los otros monstruos que me rodean, reconozco fácilmente la identidad que se esconde tras sus afilados miembros. Todos son él. Todos son yo.