Él depositó su ofrenda sobre el altar de piedra bañado de la luz de la luna que se colaba dentro de la caverna, un temblor dejó caer una lluvia de piedrecillas, entonces lo supo, pronto estarían aquí dispuestos a matar sus dioses y llevarse sus almas envueltas en oro. Salió trastabillando del templo, el Inca debía saberlo inmediatamente.
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