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4 de junio de 2014

El queso



Un fuerte olor a queso me sacó de mis cavilaciones, miré a mi alrededor, pero a simple vista nadie parecía llevar nada parecido. Me tapé la nariz con la mano derecha y, me sorprendió descubrir que llevaba una bolsa colgada de mi muñeca, donde precisamente, llevaba un enorme trozo de queso. Y recordé cómo había llegado a mis manos: me vi de camino al metro...ahí estaba esa mujer...en una esquina, ofreciendo trozos de queso a los cansados peatones, usando como vitrina el maletero abierto de un vetusto auto. Y aunque fuera imposible, era igual a ella: los mismos ojos sonrientes, la misma sonrisa dulce, los mismos ademanes pletóricos de cariño y el mismo tono de voz. Me detuve frente a su improvisado puesto y dije su nombre, pero no respondió; me miró de pronto y me ofreció su producto tal como lo hubiese hecho ella. No pude negarme, hace tanto tiempo que se había ido y ahora estaba ahí, ofreciéndome su sonrisa. Me fui con el corazón contento, rebobinando y saboreando dulces recuerdo y además, con un exquisito trozo de queso.





2 comentarios:

Pablo Romero P. dijo...

Realmente me dieron ganas de comer un rico trozo de queso.

arjex dijo...

jajajajaja...gracias por su comentario amigo mío.