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19 de marzo de 2014

El Daguerrotipo


Él esperaba su turno mirando los alegres y bulliciosos papagayos encerrados en una enorme jaula de metal bellamente labrada. Nunca imaginó que hubiesen tantos interesados en tomarse un daguerrotipo, ni tampoco que requiriera tanto tiempo. Miró de reojo al resto de los clientes: estaba la conocida amante de un político, un par de abogados famosos por su descaro, una anciana duquesa y dos niños gemelos que desafinaban a coro una canción infantil. De pronto, se abrió un instante la puerta del estudio y un aroma químico invadió la habitación, aunque el olor estuvo siempre latente, esa emanación más densa le revolvió el estómago.

Viendo tan variopinta concurrencia pudo imaginar que cada uno tenía un motivo distinto para estar ahí y desear un retrato. Siguió con sus elucubraciones y llegó a la conclusión de que el daguerrotipo era sólo el principio de algo mucho más grande, que pronto todos tendrán la posibilidad de retratarse y tener su pasaje a la inmortalidad, pero ¿Qué sentido tiene el retrato, si pasado un tiempo ya no existe nadie que te recuerde?. En realidad ninguno. Por ese motivo, él no buscaba la inmortalidad, si no todo lo contrario, él necesita una forma de morir de a poco, sin que ésto significa caer en el pecado del suicidio y, habiendo escuchado que el daguerrotipo te va quitando un poco de tu alma en cada sesión, él tiene la profunda esperanza de que le ayudarán a morir de a poco, hasta que su cuerpo quede seco y él, pueda por fin volver a encontrarse con su esposa y sus hijos en el cielo. Escuchó su nombre a lo lejos y volvió a la realidad, finalmente era su turno, una sonrisa se dibujó en su rostro, ya estaba más cerca de ellos.




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