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6 de septiembre de 2013

La rubia de Kennedy


Todo sucedió cuando volvía a casa después de depositar sobre el sillón de su departamento al último de mis borrachos amigos, durante mi última noche como conductor elegido. Me detuve en el semáforo de la esquina de avenida Kennedy con Alderete, cuando escuché el ronroneo embriagante de un auto a mi izquierda. Al mirar por la ventanilla, me encontré con una rubia despampanante, montada sobre un Lamborghini Murciélago Descapotable, color amarillo, mirándome a través de unos antojos oscuros con forma de estrella, exactamente del mismo color del auto. Un espectáculo que no podría ser más fastuoso. Se sacó los anteojos, me hizo un guiño y apretó desafiante el acelerador. Mi escarabajo rojo, customizado (o enchulado) con un alerón aerodinámico, motor nitro de 5300 cc y 350 hp, estaba ansioso de una carrera clandestina, desde hace mucho tiempo. La adrenalina recorrió mi cuerpo. Olvidé todo razonamiento y puse a gruñir mi bólido. Esperamos expectantes la luz verde. La volví a mirar, escrutando su rebosante escote y sus ojos verdes que fosforecían con lujuria. Largamos, y los neumáticos chirriaron con fuerza. Los segundos siguientes fueron un caos: ella me adelantó a una velocidad endemoniada, y en vez de meterse en la carretera, continuó derecho. Yo la seguí un par de segundos más y frené en seco. La calle terminaba en una abrupta curva, pero nunca la vi girar. Simplemente desapareció. Me quedé atónito. Ella golpeo mi ventanilla. Yo lancé un grito de terror, puse marcha atrás y me metí en la carretera a toda velocidad.

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