Entradas Recientes

30 de abril de 2014

Mi negrito



Hace tres días me regalaron un negrito hecho de mazapán. Tiene unos ojitos cafés, una sonrisa rosada y alegre, y sus orejas redonditas, parecen escuchar con atención mis confesiones. Viste una chaqueta colorada de botones amarillos, unos pantalones blancos y unos zapatos a juego con su piel. Pero, lo que más me gusta, es su sombrero de color pajizo, con una cinta anaranjada que lo envuelve. Anoche, creo que se levantó a darme un beso, porque al despertar, sentí en mis labios, un dulce sabor a almendras.

23 de abril de 2014

Todo un caballero


Un verdadero caballero es tan educado con una niña pequeña como con una mujer. 
(Louisa May Alcott)

Ella lo miró de reojo, y no pudo evitar ruborizarse al notar que él, también la observaba. Disimulando su turbación, caminó en dirección al atractivo hombre, pero en vez de hablarle, pasó de largo sin mirarlo, dejando caer "distraídamente" su pañuelo. Caminó uno, dos, tres, cuatro metros, y el pañuelo seguía en el suelo. Indignada, se devolvió a recoger su pañuelo y darle un puntapié en el trasero al "caballero". Él, sorprendido por el golpe, y apenas sin dar vuelta la cara, le dijo: «Lamento no haber recogido su pañuelo señorita, pero acabo de sufrir un ataque agudo de tortícolis...y una patada de mula».



16 de abril de 2014

Ana y el mar



Ana paseaba plácidamente por la playa. Miraba de vez en cuando las huellas que dejaban en la arena sus pies. Algunas de éstas, las borraban las olas y otras no, por lo que parecía, que ella se materializaba sólo en ciertos momentos; y así se imaginó a si misma: caminando, mirando sus pies, luego sus huellas, luego al horizonte y luego desapareciendo.

Sintió una profunda alegría al contemplar el mar, y se adentro en él. Luego pensó que, sería una buena idea seguir caminando. El agua le llegaba a los hombros, pero no se detuvo, y continuó, alegre, feliz, renovada. De pronto, descubrió que todo se veía más nítido bajo el agua, todo era más verdadero, más honesto. Ahora nadaba, usando graciosamente su nueva cola de pez. Unos metros atrás, estaba su antiguo cuerpo: flotando y diluyéndose en el agua. Continúo nadando, siempre adelante, sin temor. Ahora, no tenía nada que temer, sabía que ellos entenderían en algún momento, que ella, nunca perteneció a de su mundo.



9 de abril de 2014

Versos de perro


"Es verdad que los perros no dicen nada, pero lo ladran todo", escuché decir en voz alta a un vagabundo que pasó a mi lado. Con rostro concentrado, se detuvo un momento, anotó algo en un trozo de papel de diario que llevaba en su mano, y continuó caminando. Lo seguí con la mirada hasta la esquina, donde se encontró con un perro, le hizo una reverencia y le dijo algo, el perro ladró y le movió la cola con alegría, luego ambos siguieron su camino. Anotó algo más en el periódico y le gritó al perro: "¡Con qué palabra rima lagaña...no me sirven tus versos...! ". Un camión recolector de basura se interpuso en mi camino, y lo perdí de vista.


2 de abril de 2014

El regalo perfecto




A mi amigo R.Z.Z.

Salí esta mañana en búsqueda de un regalo de cumpleaños para un amigo muy querido. Me bajé del metro en estación plaza de armas y comencé a recorrer sin rumbo las interminables galerías del centro de la ciudad, sin tener muy claro qué le compraría. Pensaba, que en cuanto viera el regalo perfecto lo sabría, así que me permití vagar, inspeccionando cada vitrina como si fuera un arqueólogo desenterrando una momia.

Me detuve en varias tiendas, donde ofrecían cosas que serían un perfecto presente para mí, pero no el adecuado para mi amigo, así, revisaba aquí y allá los artículos, intercambiaba un par de frases amistosas con los vendedores o los clientes, incluso en una librería me hice un nuevo amigo, y quedamos de ir a tomar un café y hablar sobre George Simenon. En otra tienda de dulces, una mujer me dió su número de teléfono y me regaló una preciosa sonrisa al salir, nunca leí la nota, porque el dueño de la tienda me la quitó de las manos, y no pude arrebatársela al maldito viejo. Ofuscado, continué mi camino, y entré en otra tienda, donde se ofrecían todo tipo de productos naturales, incluido un relajante shampoo de cannabis sativa. No recuerdo cómo, ni cuándo salí de la tienda, pero volví en mí, en la puerta de un cabaret de mala muerte, con un tipo guiándome dentro de la mismísima boca del lobo, di media vuelta, y salí corriendo. Me detuve a varías cuadras, frente a una iglesia, lo sentí como una señal divina y entré a pedir perdón por los pecados que casi cometí, aunque no quería cometerlos. Salí con esperanzas renovadas, ahora si encontraría el regalo perfecto.

Contradiciendo toda mi filosofía anti-monopolio, entré en una enorme tienda. Había un aroma embriagante, una música suave, edulcoradas señoritas y varones, me ofrecían ayuda con lo que necesitara, pero ellos no podían ayudarme en nada, ellos no conocían a mi amigo, ellos no sabían nada de él. Entonces, sólo entonces, me pregunté a mi mismo ¿Cuánto lo conocía yo? La verdad es que nunca me había hecho esa pregunta, y la respuesta, fue una pregunta ¿saber lo que le gusta a alguien es conocerlo? Quizás. Seguí mirando los estrechos pasillos, atiborrados de uniformes fabricados en tallas estándar y lustrosos artículos electrónicos. Nada de eso me gustaba, nada me evocaba esas tardes de pool, ni esas conversaciones idiotas sobre el amor, o la esperanza de un mundo mejor. Salí a la calle y, sobre una manta verdosa y sucia, un vendedor ambulante, ofrecía relojes de lujo, a un precio ridículo. Otro vendedor más allá, gritaba: ¡Lleve la moda, lleve la moda! No era aquí donde encontraría el obsequio, quizás hubiera algo en mi casa, o quizás podría hacer algo con mis manos. En realidad, ya estaba cansado, tenía hambre y el sol, por algún motivo, no me había esperado y ya se escondía tras los edificios.

Obstinado, volví al inicio me compré dos completos y una bebida en el portal Fernández Concha, los comí lentamente, mientras observaba a los travestis que llegaban a sus labores nocturnas, tan coquetos y ladinos como siempre. Una de esas matronas, brillante y alegre como bola de discotheque, me hizo un gesto con el dedo indice para llamar mi atención, me acerqué un poco desconfiado, pero en cuanto vi sus ojos, lo supe. Sacó desde su bolso enorme: un precioso barco dentro de una botella. "Éste es el regalo", le dije.